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Documento extraordinario: la narración detallada de un médico que afirma: “he tenido un milagro en Medjugorje”

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Hay muchas personas que afirman haber obtenido curaciones extraordinarias rezando en Medjugorje. En los archivos de la parroquia de aquella población de Bosnia-Herzegovina, donde el 24 de junio de 1981 se iniciaron las apariciones de la Virgen, se han recogido centenares de testimonios, con documentos médicos, que tienen que ver con curaciones inexplicables, algunas de las cuales son realmente clamorosas. Como por ejemplo la del doctor Antonio Longo, médico en Portici, en la provincia de Nápoles.

La Historia de la curación

Hoy el doctor tiene 78 años y aún está en plena actividad – “estoy bien” dice, “ aparte de los pequeños achaques de la edad, no tengo ningún otro mal. Pero desde 1983 hasta 1989 estuve enfermo de cáncer de colon: me operaron varias veces y en cada operación aparecían nuevas complicaciones, con la extirpación de todo el colon y la extirpación de casi 90 centímetros del intestino delgado. Tuve metástasis, fístulas que tuvieron que operarme. Mi calvario duró 6 años. Un buen día los médicos les dijeron a mis hijos que me quedaban 15 días de vida. Pero yo tenía fe y rezaba a la Virgen de Medjugorje, y envié a mi mujer y a uno de mis hijos a una peregrinación y obtuve la gracia. ¡La Virgen me curó completamente!

La conversión

El médico Antonio Longo se ha convertido desde entonces en un testimonio apasionado. “Tras la curación fui de peregrinación a Medjugorje 12 veces: siempre he dado testimonio de lo que he recibido. Lo he explicado a periodistas y en la televisión. No tengo dudas: como médico y como católico estoy convencido de que mi curación vino por una auténtica intervención sobrenatural: la enfermedad está documentada con un voluminoso dossier de análisis, radiografías, informes médicos y opiniones de especialistas de fama internacional. La curación ha sido de golpe, total y persistente en el tiempo. De hecho han pasado 12 años y sigo bien.”

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La consecuencia de la curación

En agradecimiento por la curación recibida, el doctor Longo dedica gran parte de su tiempo a ayudar al prójimo. No solo como médico, sino también como ministro extraordinario de la Eucaristía” “tengo la suerte de ser colaborador laico de la Iglesia, dice con satisfacción, llevo la comunión a los enfermos todos los días. Colaboro con mi párroco todos los días en múltiples actividades de nuestra parroquia. Tengo un bonito grupo de oración que cada semana se reúne conmigo para rezar por los enfermos y por todos aquellos que quieren oraciones. Sigo todas las noches la Adoración en nuestra parroquia que es diaria. El lunes por la mañana por ausencia de nuestro cura no se celebra la misa y entonces yo estoy autorizado a guiar el oficio de laudes,  a celebrar la liturgia de la palabra e incluso a repartir la comunión.  Mi actividad es intensa y puedo hacer todo esto a los 78 años porque la Virgen me ha curado y continua protegiéndome”

El doctor Longo reflexiona un momento y añade “me doy cuenta de que muchos de mis colegas podrían pensar que soy un fanático. Muchos médicos de hecho no son creyentes y no admiten la existencia de una curación por intervención sobrenatural. Pero se lo aseguro: no soy ningún fanático ni tampoco uno que se deja llevar por las emociones y por el entusiasmo. Soy un médico, creo en la medicina, tengo dos hijos médicos. La mentalidad profesional me ha habituado a reflejar, a observar las cosas fríamente y con distancia. He analizado mi experiencia con la máxima objetividad y no hay duda de ningún tipo: mi curación no tiene explicación racional. Lo que me ha ocurrido solo se puede atribuir a la Virgen”

Le pido al doctor que me haga un resumen de la historia de su enfermedad y de su curación.

Aquí la tienes, dice rápidamente con entusiasmo, “Siempre he sido una persona sana y he trabajado mucho en mi vida. En la primavera de 1983 empecé de golpe a tener dolor en el estómago. Se trataba de síntomas que como médico me preocupaban. Decidí someterme a una serie de análisis y exámenes clínicos para saber lo que pasaba. La respuesta no se hizo esperar y se confirmaron mis temores: tenía un tumor en el intestino.

Hacia mitad de julio la situación se agravó  con dolores tremendos en el abdomen, en el estómago, pérdidas de sangre, un cuadro clínico preocupante. Me ingresaron de urgencias en la clínica Sanatrix de Nápoles. El profesor Francesco Mazzei, que me llevaba, me dijo que me tenían que operar. Y que no se podía perder tiempo. La operación se programó para la mañana del 26 de julio pero el profesor cogió la gripe con 40 de fiebre. En mis condiciones no podía esperar y tuve que buscar otro cirujano. Me dirigí al profesor Giuseppe Zannini, una eminencia de la medicina, director del instituto quirúrgico vascular de la universidad de Nápoles, especialista en cirugía de los vasos sanguíneos. Fui trasladado a la clínica Mediterránea, donde Zannini trabajaba y la mañana del 28 de julio me operaron.

Fue una operación delicada. En términos médicos me sometieron a una extirpación del intestino que analizado después resulto ser maligno.

El resultado fue un mazazo para mí. Como médico sabía lo que me esperaba. Me sentía perdido. Tenía confianza en la medicina, en las técnicas quirúrgicas, en los nuevos fármacos, en la radioterapia,  pero sabía también  que muy a menudo un tumor significaba un camino de dolores atroces con un final tremendo. Me sentía joven aún. Pensaba en mi familia. Tenía 4 hijos todos aún estudiantes. Estaba lleno de preocupaciones y muy angustiado.

La única verdadera esperanza en aquella situación desesperada era la oración. Solo Dios y la Virgen me podían salvar. En aquellos días, los periodistas hablaban de lo que estaba pasando en Medjugorje y me interesé mucho por los hechos. Empecé a rezar, mis familiares fueron de peregrinación para pedir a la Virgen la gracia de alejar de mí el tumor.

Doce días después de la intervención quirúrgica me sacaron los puntos y parecía que todo tuviera que mejorar. En cambio, al catorceavo día sucedió algo inesperado: la cicatriz se abrió completamente como si se acabara de realizar la intervención. Pero no solo la cicatriz externa sino también la cicatriz interna, la del intestino, provocándome una peritonitis, fiebre altísima. Un verdadero desastre. Mi situación era gravísima. Durante algunos días fui un moribundo, estuve a punto de morir.

El profesor Zaninni que estaba de vacaciones volvió enseguida y tomó cartas en el asunto con decisión y soltura. Recurrió a técnicas particulares, cerró la herida que debía volver a cicatrizar esta vez lentamente. Pero durante esta fase tuve múltiples mini fístulas abdominales, que luego se concentraron en una sola, muy grande y vistosa.

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La situación pues había empeorado. Quedaba la amenaza terrible del tumor con posibles metástasis y esto se juntaba con la presencia de la fístula, con la herida siempre abierta, fuente de dolores horribles y grandes preocupaciones.

Estuve en el hospital 4 meses durante los cuales los médicos intentaron por todos los medios cerrar la fístula. Volví a casa en situación penosa sin poder levantar siquiera la cabeza cuando me daban una cuchara con agua.

La fístula del abdomen se tenía que curar 3 veces al día. Medicamentos especiales que debían suministrarse con instrumental quirúrgico perfectamente esterilizado. Un tormento continuo.

En diciembre, mis condiciones empeoraron de nuevo. Me ingresaron y me operaron de nuevo. Otra crisis gravísima con dolor, bloqueo intestinal, esta vez estuve dos meses en la clínica, Volví a casa aún peor.

En diciembre de ese año debía ser operado de un abceso abdominal provocado por la propia fístula. El profesor Zaninni que era un experto me dijo que la fístula no se cerraría nunca.

En esas condiciones debía vivir. Era un hombre acabado. No podía hacer nada, no podía trabajar, no podía viajar, no podía ser útil. Era esclavo y víctima de esa horrible fístula, con la espada de Damocles encima porque el tumor podía reproducirse y hacer metástasis.

El 4 de abril del 1989 fui al profesor Zaninni a una visita de control. Constató que la fístula estaba allí, incurable.

5 días más tarde, el 9 de abril, mi hijo que era médico me practicó la última cura del día. La fístula allí estaba, viva, sangrante, dolorosa, incurable. Como siempre antes de irme a dormir recé a la Virgen que me curara. Por la mañana, cuando me desperté, mi hijo vino a hacerme las curas. Me sacó las vendas y con estupor vio que no había ninguna fístula. La piel del abdomen estaba completamente seca, lisa y el agujero había desaparecido.

No podía creer lo que veían mis ojos. Me sentí inundado de una alegría inmensa, Creo que lloré. Llamamos a los otros familiares y todos constataron lo que había pasado. Como siempre había dicho, decidí rápidamente viajar a Medjugorje para dar las gracias a la Virgen. Solo ella podía haber cumplido ese prodigio.  Ninguna herida se cura de la noche a la mañana. Y menos una fístula que es una herida grave y profunda.

Para la curación de una fístula de este tipo tendríamos que haber visto una mejora lenta día a día. En cambio todo sucedió en horas.

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En Medjugorje escribí una postal al profesor Zaninni diciéndole que finalmente me había curado y que volvería para visitarlo. Volví a Nápoles, fui a ver el profesor, y su asistente me dijo que el profesor había recibido la postal y que sentía curiosidad por verme.  Venga, venga, me dijo… quiero ver lo que ha pasado, me visitó, me palpó, me sometió a tactos y al final dijo “está completamente curado”  ¿qué piensa? le dije,  pues que es una cosa ciertamente excepcional!  ¿está dispuesto a declarar que me he curado sin ninguna operación ni ninguna cura específica?  Es la verdad me dijo. Y me hizo un informe donde ponía que la fístula se había curado sin ninguna intervención quirúrgica.

Desde entonces yo nunca más he tenido nada. He retomado mi vida normal. Trabajo, como, viajo, estoy muy bien. Y aún le doy las gracias a la Virgen cada día de mi vida. Teniendo  en cuenta la situación en que me encontraba es un nuevo prodigio de la bondad del Señor y de la Virgen.

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